miércoles, junio 30, 2010

EL CORAZON DE LA SANDIA


(Como estamos en verano, hace tiempo lei una historia que me gusto, hoy os paso la adaptación e hice… Harvey Mackay)


Cuando era chico, la sandía en Segovia era una delicia. Un compañero de mi padre, Lucas, era un próspero mayorista de fruta y verduras que tenía un depósito en Santa Maria de Nieva.


Todos los veranos, cuando llegaban las primeras sandías, Lucas nos llamaba. Mi padre y yo íbamos al depósito de Lucas y tomábamos posiciones. Nos sentábamos en el borde del rio, con los pies colgando, y nos inclinábamos, minimizando el volumen del jugo que estábamos a punto de derramarnos encima.


Lucas traía su navaja, abría nuestra primera sandía, nos alcanzaba a ambos un gran pedazo y se sentaba junto a nosotros. Entonces enterrábamos la cara en la sandía, comíamos sólo el corazón - la parte más roja -, jugosa, firme, libre de semillas y perfecta - y tirábamos el resto.


Lucas era lo que mi padre consideraba un hombre rico. Siempre pensé que se debía a que era un hombre de negocios de mucho éxito. Años después, me di cuenta de que aquello que mi padre admiraba en la riqueza de Lucas era menos la sustancia que su aplicación. El sabía cuándo dejar de trabajar, reunirse con amigos y comer sólo el corazón de la sandía.


Lo que aprendí de Lucas es que ser rico es un estado de ánimo. Algunos de nosotros, al margen de cuánto dinero tengamos, "nunca" seremos lo bastante libres como para comer SÓLO EL CORAZÓN DE LA SANDÍA. Otros son ricos sin tener más que un cheque de sueldo por delante.


Si uno no se toma el tiempo para dejar que los pies cuelguen sobre el rio y disfrutar de los pequeños placeres, su carrera probablemente será abrumadora.


Durante muchos años, me olvidé de esa lección que aprendí de niño en el borde del rio. Estaba demasiado ocupado haciendo todo el dinero que podía.


Afortunadamente, la volví a aprender.


Hoy tengo tiempo para alegrarme con los éxitos de los demás y para disfrutar de cada día.


ESE ES EL CORAZÓN DE LA SANDÍA. He aprendido a arrojar el resto.


¡ Por fin soy rico !

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